Cuando te quedas embarazada sueles escuchar mucho la frase: “Duerme ahora que luego no podrás” u otras similares. Por lo que alcanzas a imaginar de todos los comentarios que te hacen y toda la información que recabas de internet, que efectivamente los primeros meses de vida van a ser duros.
Ahora bien, se habla mucho de la etapa de recién nacido-bendita etapa, por cierto– pero poco se habla de lo que sucede cuando van creciendo y se acercan los terribles dos años. Su desarrollo y concepción del mundo hace que quieran ser más independientes, lo que también hace que declaren sus gustos o preferencias. Esto, muchas veces, puede chocar con los intereses de los progenitores o las circunstancias y estalla en lágrimas.
No quiero hablar de lo terrible que es a veces deconstruirse y mantener la paciencia ante situaciones que nos sobrepasan a la hora de maternar. Que para las cuales no nos han dado herramientas cómo puede ser, sin ir más lejos, la gestión emocional. No, también vamos a hablar de las cosas buenas. Ese momento en el que en un abrir y cerrar los ojos ha hecho algo nuevo o ha dicho una palabra nueva llenándote de orgullo o felicidad.
No sabes en qué momento empieza todo. Podríamos decir que en el instante en el que caminan se acelera el tiempo y un día te está diciendo: “Mamá, a dormir” mientras sostiene un libro, te toma de la mano para guiarte a su habitación, después apagar ella la luz y encenderse la de la mesita. Entonces es cuando añoras a ese bebé que sólo tomaba teta, dormía y se le cambiaba el pañal.
Comienzan a elegir su ropa, a decirte qué prefieren comer, se instaura el “no” o el “que no”, los destrozos, las rabietas, las carcajadas y los llantos desconsolados porque no consigue sentar a una muñeca con cola de sirena.

¿Y toda esta etapa qué es para mí cómo madre?
¿Sinceramente? Toda una revolución. Conectas con tu niña interior y dejas que se exteriorice en todos los aspectos: desde las payasadas, los nuevos descubrimientos hasta en la forma que te criaron a ti entendiendo además muchas de las cosas por las que pasó tu madre. Conectas y decides qué es lo que quieres y no quieres para tus hijos.
La autodeterminación está muy bien, de hecho va a ser lo que impulse muchas de las decisiones que tomas. Desgraciadamente muchas veces no conseguimos cumplir con los objetivos en el día a día y no por ello somos peores madres. Personalmente me he sentido culpable muchas veces-sí, maldita la culpa que nos persigue-por darle una galleta con azúcar o darle un potito porque se me hacía tarde, por intentar que se durmiese antes para poder descansar yo también, dando algún que otro grito porque ha vaciado por enésima vez una botella de agua o jugado a sacar las heces de la gata del arenero. Como resultado me voy por la noche a dormir con la promesa de que el día siguiente será de diferente manera pero a veces acaba repitiéndose. Y si no fuera suficiente la culpa, los comentarios de después, los «arreglos» de gente extraña o los juicios de gente que insinúa que «no aguantas a tu hija» no lo mejoran.
Así pues, mi experiencia como mamá de una niña que está siendo su propia revolución a sus casi dos años, es la de que a veces simplemente tienes que fluir en sus tiempos y escuchar sus necesidades por muy absurdas que parezcan-como la de sentar a una muñeca que no puede sentarse, por poner un ejemplo-pero sobre todo, no dejar que nadie se meta en tu manera de criar.
Porque estos «terribles» dos años pueden ser los maravillosos dos años si nos escuchamos más a nosotras mismas. Suena muy prometedor porque además el mundo no está hecho para los niños, pero no deja de ser la conclusión a la que he llegado últimamente. Disfrutar más de sus chillidos emocionados aunque me esté estallando la cabeza de dolor, de ver la emoción en que te use todo un rollo de papel del WC porque quiere limpiarse el culete como lo haces tú cuando haces caca. De no enfadarme porque raya las paredes y comprender el maravilloso «papel» que puede ser una pared gigante blanca-pero teniendo un arsenal de borradores mágicos en la despensa-. y así sucesivamente, porque sólo se tienen dos años una vez, porque después echaré de menos la etapa en la que se encuentra ahora mismo como echo de menos la etapa de recién nacido.
P.D: Las lecturas que estoy haciendo últimamente de ciertos libros o ensayos/artículos de psicólogos/educadores infantiles me están ayudando mucho a saber gestionarme y gestionarnos. Pero eso lo dejaremos para otra entrada, al igual que os prometo una entrada hablando de cómo aplicamos el método Montessori en casa.
