La llamada

Cuando sonó el teléfono nunca pensé que aquella llamada iba a cambiar mi vida.
 

Aquella mañana había llegado al trabajo con muy poca ilusión. Llevaba dos semanas trabajando como Operadora en una central de emergencias, y había tenido que soportar el continuo rechazo de la supervisora y jefa puesto que nada de lo que hacía le parecía correcto. La superioridad de mis compañeros al reírse o dar por sentado que todo aquello debía saberlo de antemano, no ayudaba y solo aumentaba el sentimiento de inferioridad e inutilidad. Pero sobretodo aquellas bromas telefónicas en las que acababa perdiendo los papeles daban pie a un despido. Si alguien tenía la medalla a la persona más gafe del planeta esa era yo… No alcanzaba a entender cómo una persona podría ni siquiera pensar en llamar al 112 para gastar una broma. Como si hoy en día no hubiera entretenimiento suficiente. Definitivamente quién se aburría era porque quería.
Sin duda hoy iba a ser mi último día en la central. Me despedirían, me tocaría volver a las largas colas del paro, a echar currículums y a presentarme a entrevistas que acabarían en una pérdida de tiempo. Porque no valía para nada…
¿Qué dirían mis padres? Sería el tercer trabajo que perdía por inútil… Ya podía escuchar los reproches de mi padre «Eso te pasa por estudiar Bellas Artes, tanto pintar, tanto pintar ¿De qué sirve si no te da para comer?»
Fuera como fuese allí estaba. Sentada en aquella silla tan incómoda frente a un ordenador en el que no podía hacer nada más que coger llamadas y pasarlas a sus respectivos departamentos tras obtener la información de necesaria.  Parecía fácil, pero lidiar con las personas nunca había sido mi punto fuerte. Era demasiado huraña e introvertida, la sola presencia de cualquiera llegaba incluso a molestarme. Prefería mil veces la tranquilidad de mi habitación, dónde podía pasarme horas o incluso días pintando hasta acabar mi obra. La vida del artista, mi verdadera vocación…
¿Qué cómo conseguí este empleo? Se podría decir que también soy una gran actriz. Bueno, y porque el hijo del mejor amigo de mi padre había conseguido una entrevista para mí.
Me dispuse a sacar de mi bolso el libro de Hamlet, una de mis obras favoritas y con la que puedo decir con orgullo que había memorizado todos sus diálogos. Cuando sonó aquella alarma que indicaba que había una llamada entrante. Suspiré y tragando saliva me mentalicé para atender la llamada, me repetía una y otra vez que era sencillo. Escuchar la emergencia, pedir nombre y datos e informar. Tres sencillos pasos que hasta ese momento no había conseguido seguir sin cometer errores. Sí, hoy me despedirían, pero me iría sabiendo que al menos lo había intentado.
Apreté el teclado del ordenador para aceptar la llamada e intentando sonar amable recité aquella frase.
-112 ¿Cuál es su emergencia?
No se oyó nada al otro lado, apenas una fuerte respiración y el claro sonido ambiental de alguien que se encontraba en la calle. Traté de calmar mis nervios antes de decidirme a colgar dándole así una oportunidad a aquella llamada ya que podría tratarse de alguien que necesitaba ayuda pero no podía pronunciar ninguna palabra, de ahí la respiración. Y no de otra broma a la que añadir a la lista. Así pues repetí aquella frase algo preocupada.
 
-112 ¿Cuál es su emergencia? ¿Se encuentra usted bien?
Nada, nadie me contestaba y si perdía demasiado tiempo con esa llamada podría descuidar otras, pero no podía colgar. Repetí un par de veces más aquella frase sintiéndome un poco estúpida, localicé la llamada e incluso le propuse que mediante un quejido o un silbido me indicara si se encontraba bien. Pero nada… El sudor comenzaba a empapar mi frente al igual que hacía resbalar el ratón del ordenador bajo mi mano. Miré con urgencia a la compañera que tenía al lado pidiéndole ayuda pero esta se encogió de hombros desentendiéndose del tema. Claro, me había ganado una buena reputación en aquella central… ¿Quién iba a querer ayudar a alguien que iba a ser despedida si ofreciéndole ayuda y cometiendo un error podría arrastrarla a la calle?  Por lo que me dispuse a colgar no sin antes advertirle educadamente de que lo iba a hacer y aconsejarle de que si se trataba de una broma que aquel no era un teléfono al que llamar si uno estaba aburrido.
-Dicho esto, pase un buen día.
Mientra había pronunciado aquel pequeño discurso nadie había hablado, ni siquiera cuando callé unos segundos antes de pronunciar la despedida, pero fue justo desearle un buen día cuando creí escuchar un suspiro. ¿Podría ser aquello la señal que le había pedido? Inmediatamente actué.
-¿Hola? Acabo de escucharle suspirar, voy a mandar una ambulancia ahora mismo.
 
Fue entonces cuando la persona que había detrás del teléfono habló precipitadamente intentando que no avisara a ninguna ambulancia. No dio ningún argumento, pero la voz del hombre temblaba haciendo que sus palabras se tropezaran al pronunciarlas.
-Mire, si esto es una broma no tengo tiempo para perderlo siguiendo con esta tontería.
 
Había alzado demasiado la voz y varios de mis compañeros se habían girado para enterarse de cuál era la nueva de hoy, como quien mira el televisor esperando encontrar algún programa que le entretuviera lo suficiente como para dejarlo puesto. Estaba avergonzada y sólo quería salir de allí… Ésta mañana quería quedarme en aquel trabajo y tenía la vaga esperanza de que así fuera, pero ahora solo quería despedirme para siempre de aquel lugar que solo me había traído dolores de cabeza. Con el finiquito compraría unos cuantos óleos y un nuevo lienzo con el que volver a mi estudio-aun a sabiendas de que tendría que soportar los continuos comentarios de mis padres-para pasar el día pintando.

El hombre volvió a hablar intentando calmarme, pero su voz ya no parecía asustada, más bien su tono denotaba cierto desánimo, como si no le importara en absoluto en el lío que posiblemente podía meterme si seguía hablando con él.

Lo siento, no quería incomodarla– Su voz se fue apagando en un suspiro-Solo quería hablar con alguien antes de acabar con todo…

Y colgó, no hubieron más llamadas de aquel hombre, y aunque pareciera increíble a lo largo del día no tuve ningún otro percance. Hubiera creído que mi mala suerte se había desvanecido si no me hubieran citado al despacho para comunicarme que efectivamente no podía seguir trabajando con ellos. Una palmadita en la espalda acompañado de un lo siento y mi carta de despido fue suficiente para convencerme de que seguía siendo la misma de siempre. Una gafe.
Quizás con el poco dinero que tenía ahorrado y aquel finiquito podría quedarme un par de meses más en el piso compartido en el que vivía. Quizás en ese breve periodo de tiempo, si mi suerte lo permitía, podría encontrar otro trabajo y no decepcionar más a mis padres. Había gente que decía que encontrar trabajo hoy en día era muy complicado y otros que afirmaban que quienes no trabajaban era porque no querían, porque trabajo había de sobra. Desde que había entrado al mundo laboral no había tenido dificultades para entrar a ninguno, pero mi situación no era la misma. Mi padre al ser policía conocía a suficientes personas como para que consiguieran enchufarme en la empresa de algún amigo suyo, pocos habían sido los trabajos en los que sin la ayuda de mi padre me habían concedido una entrevista… Ahora que no dependía de él, iban a hacerse largas las semanas recorriéndome los locales de los alrededores entregando currículums.

Saqué las llaves de mi bolso cuando aún iba por el principio de la calle, me encontraba tan absorta en mis pensamientos intentando analizar la situación buscándole una solución a todos los problemas que me habían abordado. Que sólo el fuerte zumbido de una ambulancia con las sirenas puestas pasando por mi lado, consiguió despertarme. Aquel barrio solía ser conflictivo, lleno de discusiones a media noche entre borrachos a los que habían echado del bar de la esquina, hasta adolescentes apuñalados por temas de drogas. Que la ambulancia bajara la calle con aquella rapidez solo indicaba que algo realmente importante había sucedido. Me alarmé cuando se pararon justo en mi edificio y aceleré el paso. Al llegar habían varios coches de policía rodeando la entrada impidiendo el paso a nadie, los típicos vecinos cotillas en los balcones intentando ver qué era lo que había sucedido y gente que seguramente estaba paseando cuando había sucedido lo que hubiera sucedido y habían optado por quedarse, y por supuesto ahora yo, intentando entender por qué no podía entrar al portal de mi edificio.

Fue entonces cuando lo vi, un cuerpo envuelto con la típica bolsa de plástico que indicaba que no había solución. Que había un muerto bajo ella… Un escalofríos recorrió mi cuerpo por completo desviando la mirada ¿Podría ir peor el día? Y efectivamente que podría ir peor… Escuché unos gritos histéricos y unos insultos junto a uno de los policías, por instinto volví a mirar. Había un hombre gritando y llorando, seguramente uno de los familiares de la víctima que intentaba entender qué había sucedido. Pero lo extraño es que nadie intentaba consolarlo, los policías hacían caso omiso al hombre y los vecinos cuchicheaban alrededor sobre la posible razón ¿¡Del suicidio!? ¿¡Qué!? ¿Había sido un suicidio? Unas nausea y unas ganas de vomitar se apoderaron de mí cuando comprobé las salpicaduras de sangre en el asfalto y en los coches que habían aparcados. Aquel hombre que gritaba y trataba de llamar la atención de los policías tendría que tener mucho estómago para acercarse tanto a la escena. Con toda mi fuerza de voluntad intenté acercarme al hombre para consolarlo, darle mi apoyo y ofrecerle mi ayuda en lo que necesitara. Pero la policía me impidió el paso haciendo que retrocediera un par de pasos. Le expliqué que un familiar estaba al lado de uno de sus compañeros y sólo quería tratar de ayudarlo.

-Señor, hay un hombre que creo que es un familiar que no deja de llorar y parece necesitar ayuda yo solo pretendía ayudar…

El policía se giró observando la escena buscando a dicho hombre, pero parecía no verlo, algo que me desesperó ¡Qué poca humanidad! Por lo que me tocó señalarle la dirección dónde se encontraba cuando el familiar del suicida se percató de ello y comenzó a acercarse a nosotros. Parecía más calmado ya que había dejado de gritar y llorar, pero sus pasos acelerados lo delataban. Seguramente solo querría una explicación para poder llorar tranquilo su pérdida. Yo no sé que hubiera hecho si por ejemplo mi padre se suicidara, sé con certeza que al verlo envuelto en aquel plástico hubiera acabado por desmayarme.

Tranquilo ya viene hacia aquí, creo que necesitará apoyo psicol…-No acabé la frase y el brazo perdió fuerza dejando de señalar. Aquel hombre llegó hasta donde estaba el policía y siguió andando atravesándolo como su fuera aire ¡Y sin aire me quedé yo!

-Señorita, no hay nadie más que mis compañeros del cuartel

Balbuceé intentando decir algo coherente, cerré una y otra vez los ojos, incluso, me llegué a hincar las uñas en la palma de la mano para comprobar que no era un sueño. Y no lo era ¡No lo era! Aquel hombre había atravesado al policía como un fantasma y lo tenía enfrente a mí. Yo podía verlo con mucha claridad, sin embargo el policía ni se había inmutado… Fijándome más en aquel hombre supe que lo conocía, apenas había cruzado con él palabras más allá del buenos días o buenas cada vez que nos cruzábamos en el ascensor del edificio o recogiendo el correo en el buzón.

-¡Puedes verme! 

Sentí un mareo cuando las pocas neuronas que me funcionaban estando en aquella situación, me dieron una explicación a lo que me estaba sucediendo.

Señorita ¿Se encuentra bien? Fue lo último que escuché antes de desmayarme.

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